Durante sus años londinenses, Tallulah actuó en dieciséis obras de teatro, que iban desde la pura basura ("Conchita", "La silla que cruje", "Barro y melaza") hasta la ganadora del Premio Pulitzer "Sabían lo que querían". Se perdió el papel de Sadie Thompson en "Rain", de Somerset Maugham, cuando éste la rechazó en el último momento, lo que la abatió tanto que pensó en suicidarse y, según Lobenthal, "se tomó veinte aspirinas, garabateó una nota de suicidio - "No va a llover más"- y se tumbó en el féretro que tenía previsto". A la mañana siguiente, sintiéndose bien, la despertó una llamada telefónica rogándole que interpretara un papel protagonista en "Los ángeles caídos", de Noël Coward.
UNA CRIATURA DEL ESCENARIO
Su vida en Londres no se limitaba al trabajo. Era tan famosa por sus travesuras fuera del escenario como por sus extravagantes actuaciones. En su autobiografía, confiesa: "¿He insinuado oscuramente que durante ocho años hice una gran carrera en Londres? Pues sí que lo hice, y todo fue un acicate para mi ego, ¡electrizante! Los pretendientes londinenses clamaban por mi compañía". Sus muy publicitados devaneos abarcaron desde el campeón de tenis Jean Borotra hasta Lord Birkenhead, pasando por un fraudulento aristócrata italiano con el que estuvo a punto de casarse. Y, por supuesto, Napier Alington estaba siempre en su mente y a menudo en su cama.
Pero cuando la década llegaba a su fin, decidió que era hora de volver a casa: se acercaba a los treinta, Naps se casaba con la hija de un conde y se había quedado sin dinero, ya que siempre se gastaba todo lo que ganaba, y algo más. Y de repente se le abrió el camino, a través de una extraordinaria oferta de la Paramount, a partir de cinco mil dólares semanales. Era el momento en que, con la reciente llegada del sonido, Hollywood contrataba a todas las estrellas de teatro atractivas que podía encontrar, y la exótica Tallulah, con su voz ronca y seductora, bien podía convertirse en la próxima Garbo, la próxima Dietrich. "Hollywood para mí, me temo", escribió a su padre y, en enero de 1931, se embarcó rumbo a Nueva York.
En año y medio, Bankhead rodó seis largometrajes (y mucho dinero), pero ninguno de ellos funcionó realmente. No importaba si saltaba por un balcón para no volver con su marido ciego, si escapaba de un submarino que su enloquecido marido había saboteado o si salía a la calle para conseguir dinero para las medicinas que necesitaba su marido, desesperadamente enfermo: los críticos decían que la actriz estaba desaprovechada en esos clichés o que no estaba a la altura de los mejores. En resumidas cuentas, el público no se encariñó con ella. George Cukor, que la dirigió una vez, llegó a la conclusión de que no era fotogénica por naturaleza: "En la pantalla tenía unos huesos preciosos, pero sus ojos no eran ojos para el cine. Parecían encapuchados y muertos". La realidad era que siempre había sido una criatura del escenario, dedicada a proyectar su gran personalidad al público, nunca a permitir que una cámara explorara su rostro y revelara sus sentimientos. El cine la enjauló y la reprimió (lo mismo hicieron con otro fenómeno escénico, Ethel Merman). Bette Davis, que claramente se había beneficiado del estudio de sus patrones de habla y manierismos vocales, quemaba la pantalla; Tallulah la apagaba.
Sin embargo, se divertía en Hollywood, con sus Rolls, su bronceado y sus fiestas ininterrumpidas. Joan Crawford recordaba: "Todos la adorábamos. Nos fascinaba, pero también nos daba mucho miedo. . . . Tenía tanta autoridad, como si gobernara la tierra, como si fuera la primera mujer en la luna". Hubo las escapadas sexuales habituales, incluido un encuentro con Johnny (Tarzán) Weissmuller en la piscina del Jardín de Alá, sobre el que ella informó que había sido "una Jane muy satisfecha". Pero el mayor escándalo fue un comentario que hizo en una entrevista: "Hace seis meses que no tengo un affaire. Seis meses. Demasiado tiempo. Quiero un hombre". Este no era el tipo de publicidad que los estudios -o la oficina de Hays- podían tolerar, y contribuyó a enviarla de vuelta a Broadway (con sus ganancias de doscientos mil dólares).
Durante media docena de años, fracasó en todo lo que intentó sobre el escenario, de forma espectacular en 1937, cuando tuvo el calamitoso error de enfrentarse a "Antonio y Cleopatra": no tenía técnica clásica y se negó a que la entrenaran. También destrozó el texto: en la escena culminante, por ejemplo, se eliminaron las muertes de las siervas de Cleopatra ("Porque, claro, querida, sólo queremos una muerte en esa escena"). Un crítico escribió que era "más una serpiente del Swanee que del Nilo"; otro bromeó célebremente: "Tallulah Bankhead navegó anoche por el Nilo como Cleopatra y se hundió".
En este desastre también estaba atrapado un actor de segunda fila llamado John Emery, a quien Tallulah había conocido en el circuito de verano y con quien, más bien casualmente, se había casado. Emery era apuesto, capaz y amable. Lo mejor de todo es que tenía un gran parecido con John Barrymore, y no sólo de perfil: años antes, cuando Barrymore se le reveló en su camerino, Tallulah se había jurado a sí misma (y a cualquiera que pudiera oírla) que nunca se acostaría con un hombre que no estuviera "tan bueno como Barrymore", y continuó afirmando que había cumplido su palabra. (Dado que también afirmó haber tenido quinientas conquistas o más, quizá no siempre fue tan exigente). Uno de los trucos de fiesta de Tallulah consistía en acompañar a los invitados al dormitorio principal, echar hacia atrás las sábanas de la cama en la que dormía Emery y cacarear: "¿Habías visto alguna vez una polla tan grande como ésa?". Así que el tamaño importaba, pero al final, en su caso, no lo suficiente. Pronto estaba diciendo a la gente: "Bueno, cariño, el arma puede ser de proporciones admirables, pero el tiro es indescriptiblemente débil". Al cabo de unos años, el matrimonio, tal como era, había terminado.
En los años treinta, Tallulah había ingresado en el hospital por lo que se anunció como un "tumor abdominal", pero que en realidad era un caso de gonorrea -contraída, según ella, de George Raft- tan violento que la llevó al borde de la muerte. Tuvo que someterse a una histerectomía radical que duró cinco horas, y cuando salió del hospital sólo pesaba 18 kilos. Impertérrita, anunció a su médico: "¡No crea que esto me ha servido de lección!". La histerectomía no sólo la dejó psicológicamente tambaleante, sino también eróticamente disminuida: una y otra vez, dio testimonio de su falta de placer físico, contándole a Sandy Campbell, amiga de Tennessee Williams, por ejemplo, que no podía llegar al orgasmo con ningún hombre del que estuviera enamorada. (Puso como ejemplo al multimillonario Jock Whitney.) Louise Brooks le dijo a Kenneth Tynan: "Siempre supuse que no estaba tan interesada en la cama como todo el mundo pensaba". Aparentemente, a Tallulah le importaba más el acto de conquista que el acto sexual en sí.
EXHIBICIONISMO DESENFRENADO
Otro aspecto de su patología era su exhibicionismo desenfrenado. Era famosa por quitarse la ropa en las fiestas, por dejar abierta la puerta del baño y por trabajar sin bragas. Cuando actuaba en "La piel de nuestros dientes", de Thornton Wilder, tantas personas del público se quejaron que la Asociación de Actores tuvo que ordenarle que llevara calzoncillos en el escenario. Durante el rodaje de "Lifeboat", Alfred Hitchcock, como dice Lobenthal, respondió a las quejas "con su tan citada deliberación sobre si el asunto debía remitirse al departamento de maquillaje o al de peluquería".